Friday, March 04, 2011

El Gato II

La muerte, en el cuerpo felino, vagaba por las calles de una ciudad, admirando el miedo y la destrucción que el mismo hombre se había provocado a sí mismo.

Disfrutaba ver la violencia urbana y gustaba de presenciar asesinatos mientras saludaba a sus segadores tan atareados como siempre. Por una semana siguió a un sicario profesional, hasta que se aburrió de su metodismo. Tardó casi un año en aburrirse de sólo observar a los mortales mantener a sus segadores tan ocupados como nunca habían estado, tanto que quedaban muchas almas en pena rondando por las calles por falta de disponibilidad de súbditos del ahora felino. Nadie escucha sus gritos, nadie los ve... nadie los nota, pues el ruido en las ciudades nunca muere, y las mentes humanas trabajan día y noche en sus propios asuntos. No se escuchan ni entre sí. No se escuchan ni a sí mismos. No escuchan ni a su conciencia.

Así pues fue el felino amo de la muerte brincando de techo en techo para huir del apestoso olor a putrefacción y deshecho que la ciudad emanaba, que con sus nuevos finos sentidos captaba a detalle y le provocaban asco. "Al menos el infierno sabes a que es lo que huele... azufre."- pensaba el gato.

Una noche húmeda encontró a un carpintero tirado en una acera al lado de una avenida principal. Con lágrimas en los ojos, el pobre hombre sostenía en sus brazos un pequeño niño de edad muy corta y semejanza muy marcada al mismo que la sostenía. A pocos metros de ellos yacía boca abajo la silueta del cuerpo de una mujer joven y delgada. Entre carro y carro que pasaba, el sollozo del hombre sonaba muy lejano. Entre varios "perdóname" y "lo siento", las lágrimas caían sobre el rostro del pequeño, mientras la sangre fluía de su boca hasta el cada vez más grande charco sobre el cemento.

El portero del hades inclinaba poco a poco su cabeza, disfrutando el dolor del recién viudo padre, mientras éste abrazaba a su hijo contra él en sus últimos momentos de vida.
En ese momento, un segador apareció. Con un ademán de respeto saludó a su gatuno superior, y se condujo a recoger las almas de los accidentados. Con un maullido, la muerte lo detuvo. El hombre volteó a ver el gato que por largo rato había estado sentado a dos pasos de él sin notarlo. Un escalofrío recorrió su espalda, y por un momento, sin saber por qué, entró en él un pavor por morir. Por primera vez, pensó en lo afortunado que había sido al no morir como los demás que iban en su carro. Después, reconsideró y dijo susurrando en llanto: -"Ojalá hubiera muerto junto con ellos."

Al ver a su hijo muerto en sus manos, y su difunta esposa tirada en la calle, pensó que no tenía más por que vivir. Ahogado en culpa y tristeza profunda, soltó a su hijo en la banqueta y caminó hasta la calle. Un despistado conductor lo arrolló y chocó contra un edificio a metros de distancia. Dos policías bajaban de su patrulla gritándole al hombre que se detuviera, y vieron el segundo accidente impotentes. El gato y el segador admiraban la escena.

El felino entonces mandó a su súbdito recoger las almas del segundo automóvil, caminando a la vez hacia el moribundo carpintero. La muerte puso sus patas en los ojos del convaleciente y miró dentro de él. Buscó en el alma a punto de ser expulsada alguna razón de seguir vivo, y al no encontrarla, ató el cuerpo a ésta para no dejarlo morir.

El segador viendo esto preguntó por las almas de la mujer y el niño, a lo que el gato negó con la cabeza. El recolector del inframundo asintió y desapareció en la noche, dejando a la muerte acompañada por el carpintero y un par más de fantasmas en la ciudad.

1 comment:

Carlos Gregorio said...

En mi mente ya veo al gato como un anime, cuya boca lleva esas almas y camina como flota.