Ambulancias. Policía. Seguros. Curiosos. Los vehículos pasantes que se detienen por el morbo. Tráfico. Eso era todo lo que recordaba el carpintero de esa noche. Días en coma con médicos maravillados del cuerpo teóricamente muerto. Pero vivo. La actividad cerebral nunca se detenía. Siempre consiente. El cuerpo no respondía, cada una de las cervicales deshechas, el corazón apenas palpitante y con arritmias constantes. Si separas las células del tejido muscular cardíaco, cada una palpita a su modo. Es cuando se juntan cuando coordinan el latido en dos etapas. Si partes el vital músculo en dos, se supone que mueres. Él seguía vivo.
En teoría, nadie puede soportar tanto dolor, o al menos eso se decían unos a otros. Tras unos días, el corazón volvió a latir consistentemente. Débil, pero ya era un sólo latido coherente. Los doctores procedieron a operar el corazón. Lo reconstituyeron lo mejor posible a donde cada pedazo debía estar, y se sentaron a ver como el corazón indestructible se sanaba como cualquier músculo humano. La operación fue descrita como armar un corazón de juguete, pues hicieran lo que hicieran, el corazón no podría estar peor. El cuerpo sin sangre no daba signos de menguar, descomponer o palidecer. Si no estuviera totalmente deformado por ser arrollado por una camioneta urbana, se podría decir que estaba dormido.
Poco a poco el cuerpo fue sanando sus heridas. Los miembros recobraron color con cada vena que se llenaba de sangre, inyectada por los doctores cada vez más lejos del corazón, hasta llegar a la común transfusión y canalización en en brazo. Asombrados veían los nervios acomodarse en su lugar, la piel cerrarse día a día, hasta quedar sólo cicatrices. Después de semanas los doctores estaban seguros de la recuperación del hombre, pero no de si podría recuperar la conciencia. Pensaban trasladar el cuerpo para experimentación, pero tras la difusión mediática los temas políticos, sociales, morales, éticos, legales y científicos no pudieron resolverlo antes de que la espina dorsal hiciera conexión completa y despertara de golpe, horrorizado, un carpintero espiritualmente deshecho y mentalmente desequilibrado por la larga tortura de la que no se puede culpar a nadie más que a la caprichosa muerte disfrazada de gato que observaba todo el alboroto alrededor del cuerpo mientras jugaba con el alma y recuerdos del carpintero cual bola de estambre.
El inmortal, aunque ni él mismo sabía que lo era. Saltó por la ventana, dislocándose una rodilla y rompiéndose otra. La alarma tardó en recorrer desde el décimo piso a todo el personal en guardia, pues eran las primeras horas de la madrugada. Suficiente tiempo para el carpintero, que puso la rodilla en su lugar. Los gritos lo hubieran delatado, pero las cuerdas bucales aún no sanaban. Suficiente tiempo para un gatuno ser del inframundo saltar y caer con gracia en sus cuatro patas. Tras un insonoro grito de dolor máximo, se alejó cojeando del hospital. Los detectives dedujeron un ataque planeado para robar el cuerpo, pues no había señales de impacto en el suelo ni sangre visible. No buscaron entre los matorrales el cráter ensangrentado de dos pies tamaño 11 americano.
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Tuesday, May 31, 2011
Friday, March 04, 2011
El Gato II
La muerte, en el cuerpo felino, vagaba por las calles de una ciudad, admirando el miedo y la destrucción que el mismo hombre se había provocado a sí mismo.
Disfrutaba ver la violencia urbana y gustaba de presenciar asesinatos mientras saludaba a sus segadores tan atareados como siempre. Por una semana siguió a un sicario profesional, hasta que se aburrió de su metodismo. Tardó casi un año en aburrirse de sólo observar a los mortales mantener a sus segadores tan ocupados como nunca habían estado, tanto que quedaban muchas almas en pena rondando por las calles por falta de disponibilidad de súbditos del ahora felino. Nadie escucha sus gritos, nadie los ve... nadie los nota, pues el ruido en las ciudades nunca muere, y las mentes humanas trabajan día y noche en sus propios asuntos. No se escuchan ni entre sí. No se escuchan ni a sí mismos. No escuchan ni a su conciencia.
Así pues fue el felino amo de la muerte brincando de techo en techo para huir del apestoso olor a putrefacción y deshecho que la ciudad emanaba, que con sus nuevos finos sentidos captaba a detalle y le provocaban asco. "Al menos el infierno sabes a que es lo que huele... azufre."- pensaba el gato.
Una noche húmeda encontró a un carpintero tirado en una acera al lado de una avenida principal. Con lágrimas en los ojos, el pobre hombre sostenía en sus brazos un pequeño niño de edad muy corta y semejanza muy marcada al mismo que la sostenía. A pocos metros de ellos yacía boca abajo la silueta del cuerpo de una mujer joven y delgada. Entre carro y carro que pasaba, el sollozo del hombre sonaba muy lejano. Entre varios "perdóname" y "lo siento", las lágrimas caían sobre el rostro del pequeño, mientras la sangre fluía de su boca hasta el cada vez más grande charco sobre el cemento.
El portero del hades inclinaba poco a poco su cabeza, disfrutando el dolor del recién viudo padre, mientras éste abrazaba a su hijo contra él en sus últimos momentos de vida.
En ese momento, un segador apareció. Con un ademán de respeto saludó a su gatuno superior, y se condujo a recoger las almas de los accidentados. Con un maullido, la muerte lo detuvo. El hombre volteó a ver el gato que por largo rato había estado sentado a dos pasos de él sin notarlo. Un escalofrío recorrió su espalda, y por un momento, sin saber por qué, entró en él un pavor por morir. Por primera vez, pensó en lo afortunado que había sido al no morir como los demás que iban en su carro. Después, reconsideró y dijo susurrando en llanto: -"Ojalá hubiera muerto junto con ellos."
Al ver a su hijo muerto en sus manos, y su difunta esposa tirada en la calle, pensó que no tenía más por que vivir. Ahogado en culpa y tristeza profunda, soltó a su hijo en la banqueta y caminó hasta la calle. Un despistado conductor lo arrolló y chocó contra un edificio a metros de distancia. Dos policías bajaban de su patrulla gritándole al hombre que se detuviera, y vieron el segundo accidente impotentes. El gato y el segador admiraban la escena.
El felino entonces mandó a su súbdito recoger las almas del segundo automóvil, caminando a la vez hacia el moribundo carpintero. La muerte puso sus patas en los ojos del convaleciente y miró dentro de él. Buscó en el alma a punto de ser expulsada alguna razón de seguir vivo, y al no encontrarla, ató el cuerpo a ésta para no dejarlo morir.
El segador viendo esto preguntó por las almas de la mujer y el niño, a lo que el gato negó con la cabeza. El recolector del inframundo asintió y desapareció en la noche, dejando a la muerte acompañada por el carpintero y un par más de fantasmas en la ciudad.
Tuesday, January 04, 2011
El gato
Había... en algún lugar alguna vez, un gato de un dueño muy rico y viejo. El gato antes había pertenecido a un curandero, o brujo si lo prefieren, a quien el rico acudía a pedir su suerte. La madre y el padre del gato habían sido criados por el brujo, y a su vez los padres de estos dos, así como el gato en cuestión. Rick, el adinerado señor, le había comentado a su amigo curandero que se sentía muy solo, por lo que le regaló uno de sus gatos mas jóvenes. Un mes después, el brujo murió. El millonario le levanto un mausoleo en su honor en el cementerio de la ciudad, aunque nunca iba a visitarlo.
Rick, en su mansión, trataba al gato como rey. El gato tenía su propio cuarto, su cuarto de juegos, su jardín donde cazaba ratones para mantenerse en forma y su propio baño, ya que disfrutaba nadar en agua tibia, cosa rara en un gato, y después era acicalado por sirvientes.
Un día, Rick enfermó. El gato se acostó por dos semanas en sus piernas dándole calor y compañía. El tercer sábado, Rick murió por un minuto. El doctor, que había estado tratando a Rick por los catorce días junto con cuatro enfermeras que lo acompañaban a todas horas, pensaron que había sido una falla en el electrocardiógrafo, aunque se dieron el susto de sus vidas. Al día siguiente, Rick mandó comprar uno nuevo, estando totalmente recuperado y andando.
Lo que ellos no sabían era que el gato había aprendido a regalar de sus propias vidas para burlar a la muerte. Y la muerte no estaba contenta.
La muerte mandó a uno de sus mejores segadores a recoger el alma del suertudo millonario, pues su nombre estaba en la lista, y debía asistir a su juicio. No le importaba retrasar juicios, si su príncipe lo pedía, pues con él muchos hacían negocios a través de los brujos. Pero el gato no había negociado. Rick debía morir.
Al día siguiente, Rick tropezó en la mañana, aunque nunca supo con que, y se golpeó la cabeza con su escritorio. Murió por dos minutos y pensó que se había desmayado. Cuando abrió los ojos, el gato le acariciaba la cara, lo cual le pareció extraño. El gato lo siguió como su sombra sin que el le diera mucha importancia.
Unos días después, Rick dejó de respirar mientras dormía con el gato en las piernas. Murió por tres minutos y nunca lo supo. Mientras tanto, la muerte se decepcionaba cada vez más de sus mejores segadores, pues interrumpía los viajes de éstos por la incompetencia del anterior fracaso.
Una semana después, una lámpara le cayó encima a Rick. Murió por cuatro minutos. Los sirvientes tardaron en darse cuenta, y cuando estaban marcando al doctor, Rick despertó con una caricia del gato en la pierna. El doctor le puso cinco puntadas y le mandó reposar.
Un mes después, un corto hizo puente, extrañamente, hasta la bañera de plata dónde se encontraba bañándose Rick. Murió por cinco minutos, y quedó un poco quemado. Cuando abrió los ojos, notó que el gato estaba sentado al pie de su bañera viendo hacia la puerta, viéndola fijamente. En ese momento recordó que el gato no se le había alejado desde que había enfermado y pensó que el gato le traía buena suerte.
Al día siguiente, el millonario decidió que era hora de ir a visitar a su amigo curandero al mausoleo que le había construido, a llevarle flores en agradecimiento por el gato que le había regalado en vida.
Al bajar de la limusina, Rick, el doctor y el gato, el viejo sucumbió. Paro cardíaco, fulminante. El doctor trató de revivirlo por tres minutos, el chofer llamó a una ambulancia, pero el joven doctor dijo que no había nada más que hacer. Lo declaró muerto, se paró, y en ese instante Rick despertó de un salto. Entre el chofer y el doctor subieron a la fuerza al viejo que insistía en dejar las flores primero, y zarparon al hospital, dejando atrás al gato.
La muerte, ese viejo ángel caído, la mano izquierda del maldito por Dios, estaba cansado de que el gato lo retara sin razón, así que dejó su lugar en la puerta del purgatorio y subió hasta el cementerio. Con coraje, mandó a su mejor segador, el ultimo en fallarle, a cuidar su puesto mientras tomaba cartas en persona con el gato.
"¡Gato!", exclamo la muerte. "Tienes idea de con quién te estas metiendo? Todos aquellos que viste a tu antiguo dueño resucitar habían pactado o intercambiado algo con Lucifer. Ni siquiera yo puedo negociar, sólo él. Yo hago mi trabajo, mis segadores sólo hacen su trabajo, y nada más.
¡Lo que has hecho no tiene nombre!¡Has atentado contra el orden natural de las cosas! Y... ¿Por qué? ¿Por mero aprecio o querer que le tienes a un mortal?"
La muerte estaba tan enojada que todo el pasto en el cementerio murió y nunca más creció en ese lugar. Caminaba en círculos alrededor del gato, mientras éste sólo arañaba el piso de miedo.
"Sin embargo", le dijo la muerte después de un rato, "Sólo te queda una vida. Te daré una oportunidad de enmendar tu cuenta. No se si le hubieras obsequiado tu ultima vida y en realidad no quiero saberlo. Después de eso lo hubiera matado sin obstáculo alguno. Pero... te propongo un trato. Tú me das tu ultima vida y yo en cambio dejo vivir a tu amo."
Sin dudarlo, el gato asintió.
La vieja muerte entró en el cuerpo del gato, y la esencia del felino dejó de existir.
"Éste gato me debe seis vidas, y me cobraré seis por cada una. Yo decidiré quien merece morir. Recorreré el mundo quitándole al que yo quiera tanto como yo quiera."
Y así se fue a vagar por las calles del mundo, en busca de víctimas a tomar. Diversión para un viejo condenado.
Un mes después, ante la pérdida de su preciado gato, y después de despedir a su doctor y a su chofer, Rick no pudo más con su tristeza y se ahorcó. El gato nunca lo supo, pero la muerte ya lo había visto venir.
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